Lo maté, sí...era tan sólo un niño y, ¿todo para qué? Para salvar mi alma cobarde, que huye cada noche de la muerte, aún recuerdo cuando no tenía que hacerlo, sin embargo eso ya no importa, todo es parte de un pasado relativo el cual sé que existió pero, por alguna razón, hoy hace la diferencia.
Matar para vivir; es la primera regla de alguien que jamás volverá a ver el sol subir por las montañas mientras exista, de alguien que está condenado a vivir en eterna soledad, de alguien como yo...un vampiro. No todo es lo que los mortales piensan, no todo es simple y parece que la inmortalidad a veces nos hace más débiles, no sufrimos dolor físico, no envejecemos y mucho menos morimos; pero, por alguna razón, lo que los mortales llaman conciencia y sentimientos jamás se fueron. De hecho, incrementaron pues son los instintos básicos de todo ser vivo y, como todo lo que ocurre en la transformación, se agudiza y se vuelve más profundo. Créanlo o no después de transformarme en esta criatura que a veces he llegado a detestar al fin entendí ciertas cosas como las palabras que mi madre solía repetir constantemente... “Los sentimientos nos acompañan hasta la muerte, ¿crees que un viejo de 80 años no se siente solo, piensas que con la edad eso se desvanece?”. Sí, esas eran las palabras de mi madre, ahora tengo 217 años y, a pesar de siempre habérselo negado, por fin me doy cuenta que siempre tuvo razón, los sentimientos jamás nos dejan y mientras más queramos escapar de ellos siempre nos perseguirán y con más deseos de consumirnos y, a pesar de ello, no podemos existir mutuamente sin desafiarlos y que ellos nos sigan venciendo. No hay más que dejarlos ganar, pues al cuerpo se le vence, incluso a su envejecimiento y yo soy prueba de esa victoria sobre la muerte, natural al menos. ¿Pero qué soy yo? ¿Estoy muerto, estoy vivo?, ¿soy sólo un reflejo de mi vanidad y frivolidad?, pues a diferencia de muchas personas yo escogí este destino, pensé que al ser vampiro podría alejarme de todo a lo que temía, a la muerte, a envejecer, a perder mi belleza, a convertirme en un ser que nadie desea por el hecho de que es inútil, pero sobre todo a alejarme de algo imprescindible en la vida de todo ser mortal con conciencia...el amor, pero mi sorpresa más amarga y dulce a la vez es como el amor es lo único que juega un papel importante en mi miserable existencia. He tenido muchos amantes, a muchos les he matado, a otros tantos les he regalado la vida eterna y a otros les he tenido que abandonar debido a que ellos envejecían y yo no, cuál sería su impresión al ver que su amado aún era joven y en su piel se acomodaban arrugas cada vez más marcadas por el tiempo.
Veo el cadáver de éste niño, cada vez más frío, pues su corazón ha dejado de latir y ya no circula sangre por su cuerpo; y pienso en todo el futuro que él hubiese tenido por delante, es algo muy horrible matar a un hombre, tomas todo lo que tiene por delante y todo lo que alguna vez tuvo, es extraño que un predador como yo lo diga pero aún ahora sigo teniendo culpa por las vidas que he arrebatado de sus dueños, pero como pasar desapercibido a este pequeño, o sí, tenía un rostro angelical, bello, inocente, tierno como la más hermosa flor, sin duda su madre es hermosa y de rizos dorados como lo era el niño. Me recuerda a mi más preciada amante hasta el momento, a quien amé tanto que le di lo que a ningún otro he dado hasta ahora de nuevo. He conocido a hombres extraordinarios, fornidos, hermosos y dulces, a mujeres hermosas, de buen aspecto, damas en todo el aspecto de la palabra, pero nadie como Isabela. ¡Ah tan sólo mencionar su nombre hace que sienta que tenga de nuevo mi ahora inexistente alma! Sí, ella era soberbia, hermosa, dulce, inteligente, jamás acabaría de mencionar sus cualidades, sería preciso preguntarse ¿qué no tenía esta mujer?
Recuerdo la primera vez que la vi, una reunión de los señores y señoras más distinguidos de la Europa. La sede era en París, ¡qué excelente ciudad para encontrar a un amor!, en la mansión de la familia Delacroix. Asistí pues no tenía que hacer aquella noche de domingo, entré por la puerta principal, observe la decoración de la enorme mansión, me había dejado sorprendido el buen gusto de la familia anfitriona, empezando por el decorado de la casa, era simplemente exquisito el blanco del mármol del piso y el pasamanos dorado de las escaleras. Todo complementado con cuadros que representaban una Francia libre e inspirada por la Revolución Francesa. Estaba disfrutando del detalle hasta que ella pasó por mis ojos, sí era ella, Isabela. Mis ojos no creían lo que veían, era hermosa, de un cuerpo perfecto, piel blanca, rizos dorados, esbelta y de muy buen gusto. Me le acerqué y le saludé de la forma más cortés posible.
-Bonnes nuits Mademoiselle, mi nombre es Athos- le dije, pensando que era de origen francés.
-Bonnes nuits Monsieur, mi nombre es Isabela, soy española ¿de donde sois vos?- contestó ella.
-Inglaterra, preferiría hablar en español, es definitivamente mejor que mi francés- contesté inmediatamente.
-Sí, lo noté en su acento, es pésimo, supongo que es por aquello del odio que sembró la guerra de los cien años- dijo e hizo una mueca inmediatamente con la boca.
-Me lo imagino, increíble que mi nombre aparezca en una novela francesa- reí por un instante.
Isabela también río y dijo: “Ya me lo imagino, con la migración ya el nombre puede ser cualquiera, sin embargo no habrás venido a hablarme de tu nombre”
Isabela era prepotente, pero tal vez eso es lo que me atrajo de ella en un principio, su tono de burguesía, simplemente era estupendo, era una hembra en toda la extensión de la palabra.
-Creo que usted va demasiado al grano señorita Isabela, a mí tampoco me gusta perder mi tiempo- le dije y voltee a verla a los ojos con una mirada que la acechaba.
-No es que no me guste perderlo, pero igual discutir de esto no me dirá porque está aquí- respondió.
-Estoy aquí por usted, la vi y me dije, es raro ver a una señorita tan hermosa tan sola, le iré a hacer compañía- le dije
-¿Usted piensa que necesito de un hombre para poder sentirme segura de ser mujer?- me respondió.
-No, pero creo que una mujer necesita a un hombre que este a su lado- le respondí temeroso de que pudiera agredirme más.
-Ja, que ingenuidad la suya señor, sin embargo admiro su valor al acercarse a una perfecta desconocida de la cual no sabe nada- me respondió ella frotándose los dientes con la lengua y, por un instante, su ojos se tornaron color fuego o eso me pareció a mí. –Tiene usted un semblante hermoso, me gustan los de su tipo, valientes y pulcros por lo que puedo ver en su vestimenta- complementó.
Yo no sabía que decir, a cada instante me enamoraba más de ella, no podía más que mirar sus cabellos dorados y su piel tersa, con cada minuto que pasaba estaba seguro que quería saber cada vez más y más de ella, simplemente la amaba y no sabía muy bien porque.
-Creo que es de percepción aguda señorita, eso o le gusta suponer, pero ya que sabe tanto de mí, hábleme de usted, de su pasado, de cómo llego aquí- le dije.
-Hay dos cosas que jamás debe preguntarle a una mujer señor, una es su edad y la otra su pasado, además lo considero una falta de respeto- me dijo.
Yo estaba confundido, al principio me hablo con tanta confianza y ahora que preguntaba su pasado, era ruda y defensiva en sus comentarios, en medio de mi confusión solo se me ocurrió preguntar: “¿Le molesta si bebo?”. Mientras me servía whisky en un pequeño vaso.
-En absoluto, tome todo lo que quiera y salud- me dijo, aceptando la petición.
-¿No toma señorita?- le pregunté ofreciéndole la botella cortésmente.
-Lo hago pero no creo que aquí sirvan lo único que tomo- me respondió.
-Pero si aquí están los vinos más finos que pueda encontrar en todo el mundo- le dije.
-Lo sé, ese es el problema, lo que yo bebo es de las cosas más corrientes que pueda usted encontrar en el mundo- me dijo rechazando la botella.
-¿Y que podría ser aquello?- pregunté rápidamente.
-Si se lo dijera, no me creería, aunque creo que lo averiguará en un corto plazo- me dijo la fémina, con ojos soberbios que me miraban fijamente.
La conversación se alargó, perdí el control de mis tragos, estaba en el punto en el que podía recordar lo ocurrido, pero nada era del todo claro. Hablamos de mi vida, de que yo era un triste burgués sin compañía, quien sabe cuanto le haya dicho de mí. Lo último que recuerdo fue que dijo que quería que estuviésemos solos y me llevó a un cuarto de la mansión.
-No podía haber hecho esto de otra manera- me dijo Isabel cuando cerró la puerta.
Yo estaba ebrio, ¿qué importaba lo que hiciera ahora? Había cumplido mi cometido de estar a solas con Isabela y eso era lo importante, sin embargo algo más de lo que yo esperaba ocurrió.
Isabela comenzó a desarroparme y ella comenzó a hacer lo propio, era una escena de amor y pasión. Hubiese sido como cualquiera y empezó siendo como cualquiera, ella me besaba y yo no podía resistirme, estaba en el cielo. Su piel pálida y mi piel se juntaban, me acariciaba y me seguía besando.
Sus pechos eran tiernos, hermosos, suaves, simplemente me perdía en ellos. La deseaba y me gustaba pensar que ella me deseaba a mí. Nadie hablo, pero ella rompió el silencio:
-Eres hermoso, creo que eres perfecto para mi propósito- me dijo con una voz sensual mientras besaba mi oreja.
No pregunté nada y sólo quise terminar, pero ella no me dejó, sentí una fuerza sobrehumana que me detenía.
-Hoy te convertirás en una criatura de la noche, me has amado y yo te concederé la vida eterna a cambio de la tuya, serás mi presa, pero eres una presa especial pues a ti te daré ese don, me has hecho recordar lo que se sentía el amor humano y no huiste de mí, ahora relájate y aliméntame- me dijo Isabela.
No entendía lo que decía, pero tal vez resultó muy coherente para mí pues estaba borracho y sólo dejé hacer lo que quería. Abrió su boca y en una ilusión sus colmillos se tornaron grandes y se clavaron en mi cuello como dos agujas, yo traté de quitármela de encima, no sabía lo que hacía parecía un animal forcejeando por su vida.
Estaba borracho, desangrado y casi sin conciencia, solo escuchaba a Isabela decir: “Calma...calma, aún no has muerto”.
No sé como lo hizo pero corto su cuello y me dijo: “Bebe”. Yo bebí como un niño cuando es amamantado y está hambriento hasta que Isabela me aventó, yo sólo imploré más.
-Dame más, dame más, es exquisita- le dije con desesperación.
-No lo haré, de eso es lo que te hablaba, una bebida muy corriente pero demasiado vital, ahora sabes cual es tu maldición, a cambio de vida eterna tendrás que ir a acechar a inocentes y darles la muerte para poder vivir otra vez, para poder vivir cada noche como lo que ahora eres, una criatura que ha salido del mismo infierno y que se dejó tentar por una mujer hermosa como yo, ahora ve amado mío, ve y vaga por el mundo tratando de encontrar respuesta a tu ahora adquirida desgracia pues yo no te volveré a ver y si lo hago no me acercaré a ti, esa es mi condena por haberte convertido en esto y esa es la tuya por haberme amado- me dijo Isabela, al momento en que se fue.
Yo no hice más que pasar la noche fuera, tratando de encontrarla en vano.
Sin embargo, nunca olvidaré a mi único amor mortal, Isabela, aquella a la que le di lo que nunca más le podré dar a alguien más. Mi vida.